martes, 26 de diciembre de 2006

De pájaros que vuelan

Hace poco me tocó estar bajo un cielo despejadísimo, de esos que llegan a ser transparentes de lo celeste que son. De pronto, una bandada de casi cincuenta pájaros pasó volando. Lo mejor fue el vuelo sincronizado de todas y la sensación de pertenencia entre el cielo y las aves. El cielo de las aves; las aves del cielo. Con los ojos seguí hasta donde fue posible, las estelas que iban dejando en el aire. Sentí que habían interrumpido la siesta del cielo, que habían manchado el celeste con el color de sus alas y que a pesar de todo, eso le hacía bien al aire. Se libraba en el cielo, por fin, una historia: la de la vida de los que vuelan.

Pienso que somos aves en potencia. Sí, aves voladoras. Nacemos cobijadas en el nido (nicho) maternal. Nos mantienen ciegos de la parte difícil de la supervivencia en los primeros años, hasta que llega el momento, el crucial momento, de lanzarse a volar. La primera vez que ocupamos las alas, lo hacemos cerca de los padres; debe pasar un tiempo necesario antes de “arriesgarnos” a volar solos por lugares nuevos. Hay quienes están en constante ir y venir al nido, otros, precoces, se escapan antes de lo acordado y terminan con tremendos vacíos emocionales. Hay algunos que sencillamente nacen sin necesidad del nido familiar, y se elevan, sin límites, al ocaso del cielo apenas se sienten capaces de hacerlo. Creo que, como humanos, buscamos instintivamente la sensación de altura, o al menos la de una vista panorámica de lo que está pasando en nuestra vida. También vivimos en un constante período de migraciones (que no tiene que entenderse como un viaje de aquí hasta allá físico, sino más bien la sensación de cambio, del renovar del aire). La migración es atemporal, y a pesar de que algunas estaciones del año influyan en las historias de las personas, creo que este desplazamiento es personal y es una de las maravillas del ser único en el mundo y del poder ser responsable de nuestras decisiones. Lo que sí, son tremendamente necesarias para vivir, no se puede vivir sin migraciones.
Pienso que hay aves que mantienen el vuelo constante, sereno y silencioso. Otras, en cambio, disfrutan con el viaje atronador y vertiginoso; las últimas oscilan entre movimientos bruscos y acelerados, pero no sin después retomar el vuelo tranquilo. No soy quién, sólo un ave más, para poder enjuiciar el vuelo de las personas. Cada uno sabrá que atenerse a las características de su cielo.

En literatura, la metáfora de las aves y su vuelo, es imagen más que recurrente. Basta poner de ejemplo a “Alsino” de Pedro Prado, novela chilena criollista, en la que se cuenta la historia de un joven campesino que después de intentar varias veces volar, hincado desde las ramas de un árbol, le crecen finalmente alas en la espalda. El chico, empieza desde ese momento a volar, alcanzando tanto el goce en la altura, como el miedo y terror en las caídas. Las alas en Alsino, no tienen un valor positivo o negativo, son sólo partes nuevas en su cuerpo.

Todo es diferente con Huidobro y su obra maestra: “Altazor o el viaje en paracaídas”. Altazor está dividido en sólo 7 cantos que suenan pocos para la tremenda serie de reflexiones que hay en su interior. En el prefacio existe una divinización de Altazor (Altazor es Dios), en los otros cantos se dan alabanzas a la mujer (papel interpretado por su amada), así como a medida que avanza el poema, el lenguaje comienza paulatinamente a desfigurarse terminando con unas últimas palabras que son inventadas por Huidobro.
En Altazor (término inventado por Huidobro) (para algunos críticos, nombre inventado para un ave ficticia), el tema es el vuelo del poeta, la aptitud que tiene un auténtico creador de arte de aventurarse en las alturas, sobre (encima) todo lo que habita en la tierra.
Huidobro intenta explicar que es el don de poder expresar todo por medio del lenguaje, lo que da la sensación de vuelo vertiginoso que define al verdadero poeta y que le permite estar en un constante estado de inspiración. Según Altazor, todo auténtico artista no tiene límites para volar.

“El pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro
Porque encontró la clave del eterfinifrete
Rotundo como el unipacio y el espaverso

Uiu uiui
Tralalí tralaláAia
ai ai aaia i i”

Canto V, Altazor

Se hace difícil comparar ambas obras por pertenecer a una lógica muy diferente (Huidobro y el creacionismo; Prado y el realismo). Además las dos chocan en la percepción de lo que es vuelo: en la primera el poder ocupar alas significa para Alsino, poder abrir por primera vez los ojos y así poder saborear el gusto de la vida. No obstante, este nuevo placer no acarrea plena felicidad: Alsino termina cargando, como una gran vergüenza, sus alas.
En la segunda en cambio, felicidad y realización personal son las consignas del vuelo en Altazor. En el viaje en paracaídas se cae o se eleva (también se habla del “parasubidas”), en aras de alcanzar una felicidad bipolar (vivir para morir o morir para vivir).
Lo que sin duda es indiscutible en ambas obras, es la utilización del cielo, y del vuelo con sus respectivos atavíos (alas, satélites, paracaídas, etc.) para dar forma a la metáfora de vivir.

Hace poco, cuando estaba bajo el cielo celeste, y las aves se fueron volando, sentí unas ganas tremendas de poder irme con ellas. Hay veces en que lo hago, mientras sueño, y la sensación es rara, porque no tiene nada de emocionante: incluso es hasta familiar, volar. Y quizás sí, en alguna otra vida fui un pájaro y pasé la vida navegando por todos los océanos del cielo.

4 comentarios:

Luis Herrera dijo...

Cuando chico tuve un sueño espectacular. Corría a tal velocidad por la alameda que llegaba a elevarme 1 metro del suelo. Fue tan real la situación ( de esos sueños que verdaderamente crees que son verdad, te la crees en serio y ves todo claro) que me dio una pena remenda al despertar y descubrir que nada era cierto.

Creo que la gran envidia del hombre es no volar. Pregúntenle a Ícaro.

un abrazo

Pablo Rumel Espinoza dijo...

"Que escribiríamos si realmente escribiésemos."

La falsa cita de Vila-Matas de la Duras. Su casera en París.

Luis Herrera dijo...

Yo tengo un libro de poesía para pájaros de juvencio valle, algunos buenos otros pal olvido.

Pájaro Navegante dijo...

Pablo Neruda abre el "Arte de pájaros", con el poema Migración.
Leánlo

MIGRACIÓN
Pablo Neruda

Todo el día una línea y otra línea,
un escuadrón de plumas,
un navío
palpitaba en el aire,
atravesaba
el pequeño infinito
de la ventana desde donde busco,
interrogo, trabajo, acecho, aguardo.

La torre de la arena
y el espacio marino
se unen allí, resuelven
el canto, el movimiento.

Encima se abre el cielo.

Entonces así fue: rectas, agudas,
palpitantes, pasaron
hacia dónde? Hacia el Norte, hacia el Oeste,
hacia la claridad,
hacía la estrella,
hacia el peñón de soledad y sal
donde el mar desbarata sus relojes.

Era un ángulo de aves
dirigidas
aquella latitud de hierro y nieve
que avanzaba
sin tregua
en su camino rectilíneo:
era la devorante rectitud
de una flecha evidente,
los números del cielo que viajaban
a procrear formados
por imperioso amor y geometría.

Yo me empeñé en mirar hasta perder
los ojos y no he visto
sino el orden del vuelo,
la multitud del ala contra el viento:
vi la serenidad multiplicada
por aquel hemisferio transparente
cruzado por la oscura decisión
de aquellas aves en el firmamento.

No vi sino el camino.

Todo siguió celeste.

Pero en la muchedumbre de las aves
rectas a su destino
una bandada y otra dibujaban
victorias
triangulares
unidas por la voz de un solo vuelo,
por la unidad del fuego,
por la sangre,
por la sed, por el hambre,
por el frío,
por el precario día que lloraba
antes de ser tragado por la noche,
por la erótica urgencia de la vida:
la unidad de los pájaros
volaba
hacia las desdentadas costas negras,
peñascos muertos, islas amarillas,
donde el sol dura más que su jornada
y en el cálido mar se desarrolla
el pabellón plural de las sardinas.

En la piedra asaltada
por los pájaros
se adelantó el secreto:
piedra, humedad, estiércol, soledad,
fermentarán y bajo el sol sangriento
nacerán arenosas criaturas
que alguna vez regresarán volando
hacia la huracanada luz del frío,
hacia los pies antárticos de Chile.

Ahora cruzan, pueblan la distancia
moviendo apenas en la luz las alas
como si en un latido las unieran,

vuelan sin desprenderse

del cuerpo

migratorio

que en tierra se divide
y se dispersa.

Sobre el agua, en el aire,
el ave innumerable va volando,
la embarcación es una,
la nave transparente
construye la unidad con tantas alas,
con tantos ojos hacia el mar abiertos
que es una sola paz la que atraviesa
y sólo un ala inmensa se desplaza.

Ave del mar, espuma migratoria,
ala del Sur, del Norte, ala de ola,
racimo desplegado por el vuelo,
multiplicado corazón hambriento,
llegarás, ave grande, a desgranar
el collar de los huevos delicados
que empolla el viento y nutren las arenas
hasta que un nuevo vuelo multiplica
otra vez vida, muerte, desarrollo,
gritos mojados, caluroso estiércol,
y otra vez a nacer, a partir, lejos
del páramo y hacia otro páramo.

Lejos
de aquel silencio, huid, aves del frío
hacia un vasto silencio rocalloso
y desde el nido hasta el errante número,
flechas del mar, dejadme
la húmeda gloria del transcurso,
la permanencia insigne de las plumas
que nacen, mueren, duran y palpitan
creando pez a pez su larga espada,
crueldad contra crueldad la propia luz
y a contraviento y contramar, la vida.