jueves, 17 de enero de 2008

Costamagna, el regreso

Digresiones tremendamente originales, tópicos que ya se han tratado en -si no es en todos- la mayoría de sus trabajos anteriores y una impecable ambientación de provincia chilena de principios de los noventa, son algunas de las piezas que conforman la última novela de la escritora chilena Alejandra Costamagna. A tres meses de su publicación, «Dile que no estoy» fue finalista del Premio Planeta Casa América de la Narrativa Iberoamericana 2007 y ganadora del Premio de la Crítica 2007, otorgado por el Círculo de Críticos de Arte de Chile dentro de la categoría Nacional del Área de Literatura. Galardones que hablan por sí solos.


Una distancia geográfica pero sobre todo afectiva es la que separa al padre del hijo. Que Lautaro, el hijo, evada los insistentes mensajes de Miguel, el padre, no es coincidencia. Las relaciones tortuosas entre padre e hijo/a como tópico recurrente en las creaciones de la Costamagna nunca son coincidencia. El hijo/a carga con vacíos emocionales por culpa de un evidente egocentrismo por parte del padre -quien, casualmente, las hace de mamá y papá al mismo tiempo- y es por medio del silencio que el primero reprocha al segundo. Que le es indiferente. Evadiendo sus llamadas telefónicas, por ejemplo. “Dile que no estoy, por favor”, le insiste el hijo a su conviviente, incitándola a mentir, a esconderlo de su padre. Es, de hecho, una situación muy similar la que se da entre la hija y el padre en la novela de la misma escritora “Cansado ya del sol”. Mayra, la protagonista, huye de algo que no sabe (lo hace por inercia) primero con su padre y luego sin él. Incluso escapándose, escondiéndose de él.

Que el tópico principal en «Dile que no estoy» sea el del Viaje tiene mucho sentido. El viaje como una oportunidad que tiene el protagonista para evadir el pasado que lo liga a los vacíos, a esa condenada “memoria individual” a la que tanto apela la escritora en sus creaciones anteriores y a la que el protagonista sentencia desde el momento en que su madre, el único refugio que tenía a temprana edad, decide callar. Enmudecer hasta el último de sus días.


Vacíos afectivos que se fortalecen en el seno de una familia disfuncional, silencios, viaje, insomnio, de nuevo silencios, sobre todo silencios. Que los detalles más ínfimos en la descripción de un lugar, por ejemplo, cobren relevancia en la historia, teniendo o no trascendencia en lo que se cuenta. Que el protagonista prefiera callar, que esté a punto de defenderse de una ofensiva con las mejores palabras, con el mejor discurso de su vida, pero que aún así decida callar. Que opte por el silencio. Todas no dejan de ser pistas del gran acertijo que nunca termina por descifrarse en este y en otros relatos de la narradora.