sábado, 30 de diciembre de 2006

"Ojos que no ven, corazón que sí siente"


Abrió los ojos de golpe cinco segundos antes de que el despertador comenzara con su tintineo. No alcanzaron a sonar tres pitidos y con un movimiento brusco acalló el sonido. Una corriente de frío se le posó en el cuerpo. La recorrió por los hombros y la espalda, hasta fugarse en un escalofrío que la sacudió entera. Lanzó el cubrecama lejos y se sentó al borde de la cama. Vestía aún el strapless y la falda de fiesta.
Se paró rápidamente y sintió un horrible dolor de cabeza. Tenía la sensación de que todo el palpito de su cuerpo se había concentrado en su cabeza, y que de a poco los huesos del cráneo se le apretaban, cada vez más y más. Tragó saliva, con cierta dificultad, para mojar su boca por dentro y caminó hacia el baño. Frente al espejo no se reconoció. El rimel de los ojos se había derretido a tal nivel bajo sus párpados, que había alcanzado los pómulos y el rojo de sus labios se había desparramado por los bordes de su boca. Abrió la llave y comenzó a tomar agua con las manos desconsideradamente, tomaba y tomaba, sin que el líquido lograra saciar su sed. Tomó agua hasta que se le congelaron los dientes y lavó brusco su cara. No una, sino varias veces. Buscó una toalla y secó su rostro que estaba rojo.
Tambaleó con un dolor oprimido en el pecho hasta llegar a la pieza y se puso un polerón, que le llegaba a las rodillas, para pasar el frío. Volvió a la cama, se tapó con las frazadas y acomodó sus manos bajo la almohada, pero esta vez no pudo volver a cerrar los ojos.
Cada una de las escenas vividas la noche anterior se le posó en la cabeza como en una proyección de fotografías. No había coherencia entre ellas y ni siquiera sabía qué había sido primero o cómo y por qué todo había terminado como terminó. Contrajo los ojos e intentó poner la mente en blanco. No era tan difícil: había que imaginar cada uno de los pensamientos que se le venían a la mente, en globos aerostáticos y verlos volar por el cielo. Así con cada uno. Así con cada escena, dejarla ir con el viento. Intentó hacerlo con cada una, pero fue imposible. Quiso otra vez cerrar los ojos pero tampoco lo logró. Afuera llovía con fuerza y las gotas se deshacían en la ventana como lágrimas en un rostro seco.

Qué hice, por qué, qué hice, no puedo seguir con esto, qué hice, qué hice”, pensó apretando los puños. Pudo recrear perfectamente el susurro ronco del sujeto cuando le hablaba despacio por el hombro.
El tintineo del despertador en pausa, que volvía a sonar, interrumpió su pensamiento. Diez minutos habían pasado desde que había abierto los ojos y aún no lograba hacer encajar nada de lo que había pasado. Por más que forzaba la mente para recordar, no se lograba explicar por qué y cómo había llegado a dormir, una vez más, a la cama del tipo.

martes, 26 de diciembre de 2006

De pájaros que vuelan

Hace poco me tocó estar bajo un cielo despejadísimo, de esos que llegan a ser transparentes de lo celeste que son. De pronto, una bandada de casi cincuenta pájaros pasó volando. Lo mejor fue el vuelo sincronizado de todas y la sensación de pertenencia entre el cielo y las aves. El cielo de las aves; las aves del cielo. Con los ojos seguí hasta donde fue posible, las estelas que iban dejando en el aire. Sentí que habían interrumpido la siesta del cielo, que habían manchado el celeste con el color de sus alas y que a pesar de todo, eso le hacía bien al aire. Se libraba en el cielo, por fin, una historia: la de la vida de los que vuelan.

Pienso que somos aves en potencia. Sí, aves voladoras. Nacemos cobijadas en el nido (nicho) maternal. Nos mantienen ciegos de la parte difícil de la supervivencia en los primeros años, hasta que llega el momento, el crucial momento, de lanzarse a volar. La primera vez que ocupamos las alas, lo hacemos cerca de los padres; debe pasar un tiempo necesario antes de “arriesgarnos” a volar solos por lugares nuevos. Hay quienes están en constante ir y venir al nido, otros, precoces, se escapan antes de lo acordado y terminan con tremendos vacíos emocionales. Hay algunos que sencillamente nacen sin necesidad del nido familiar, y se elevan, sin límites, al ocaso del cielo apenas se sienten capaces de hacerlo. Creo que, como humanos, buscamos instintivamente la sensación de altura, o al menos la de una vista panorámica de lo que está pasando en nuestra vida. También vivimos en un constante período de migraciones (que no tiene que entenderse como un viaje de aquí hasta allá físico, sino más bien la sensación de cambio, del renovar del aire). La migración es atemporal, y a pesar de que algunas estaciones del año influyan en las historias de las personas, creo que este desplazamiento es personal y es una de las maravillas del ser único en el mundo y del poder ser responsable de nuestras decisiones. Lo que sí, son tremendamente necesarias para vivir, no se puede vivir sin migraciones.
Pienso que hay aves que mantienen el vuelo constante, sereno y silencioso. Otras, en cambio, disfrutan con el viaje atronador y vertiginoso; las últimas oscilan entre movimientos bruscos y acelerados, pero no sin después retomar el vuelo tranquilo. No soy quién, sólo un ave más, para poder enjuiciar el vuelo de las personas. Cada uno sabrá que atenerse a las características de su cielo.

En literatura, la metáfora de las aves y su vuelo, es imagen más que recurrente. Basta poner de ejemplo a “Alsino” de Pedro Prado, novela chilena criollista, en la que se cuenta la historia de un joven campesino que después de intentar varias veces volar, hincado desde las ramas de un árbol, le crecen finalmente alas en la espalda. El chico, empieza desde ese momento a volar, alcanzando tanto el goce en la altura, como el miedo y terror en las caídas. Las alas en Alsino, no tienen un valor positivo o negativo, son sólo partes nuevas en su cuerpo.

Todo es diferente con Huidobro y su obra maestra: “Altazor o el viaje en paracaídas”. Altazor está dividido en sólo 7 cantos que suenan pocos para la tremenda serie de reflexiones que hay en su interior. En el prefacio existe una divinización de Altazor (Altazor es Dios), en los otros cantos se dan alabanzas a la mujer (papel interpretado por su amada), así como a medida que avanza el poema, el lenguaje comienza paulatinamente a desfigurarse terminando con unas últimas palabras que son inventadas por Huidobro.
En Altazor (término inventado por Huidobro) (para algunos críticos, nombre inventado para un ave ficticia), el tema es el vuelo del poeta, la aptitud que tiene un auténtico creador de arte de aventurarse en las alturas, sobre (encima) todo lo que habita en la tierra.
Huidobro intenta explicar que es el don de poder expresar todo por medio del lenguaje, lo que da la sensación de vuelo vertiginoso que define al verdadero poeta y que le permite estar en un constante estado de inspiración. Según Altazor, todo auténtico artista no tiene límites para volar.

“El pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro
Porque encontró la clave del eterfinifrete
Rotundo como el unipacio y el espaverso

Uiu uiui
Tralalí tralaláAia
ai ai aaia i i”

Canto V, Altazor

Se hace difícil comparar ambas obras por pertenecer a una lógica muy diferente (Huidobro y el creacionismo; Prado y el realismo). Además las dos chocan en la percepción de lo que es vuelo: en la primera el poder ocupar alas significa para Alsino, poder abrir por primera vez los ojos y así poder saborear el gusto de la vida. No obstante, este nuevo placer no acarrea plena felicidad: Alsino termina cargando, como una gran vergüenza, sus alas.
En la segunda en cambio, felicidad y realización personal son las consignas del vuelo en Altazor. En el viaje en paracaídas se cae o se eleva (también se habla del “parasubidas”), en aras de alcanzar una felicidad bipolar (vivir para morir o morir para vivir).
Lo que sin duda es indiscutible en ambas obras, es la utilización del cielo, y del vuelo con sus respectivos atavíos (alas, satélites, paracaídas, etc.) para dar forma a la metáfora de vivir.

Hace poco, cuando estaba bajo el cielo celeste, y las aves se fueron volando, sentí unas ganas tremendas de poder irme con ellas. Hay veces en que lo hago, mientras sueño, y la sensación es rara, porque no tiene nada de emocionante: incluso es hasta familiar, volar. Y quizás sí, en alguna otra vida fui un pájaro y pasé la vida navegando por todos los océanos del cielo.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Tomás Munita y el tiempo presente en "Kabul"


Tomás Munita es un fotoperiodista chileno y fue premiado por el International World Press Photo 2006 (considerado si no es el más importante, uno de los más grandes festivales fotográficos en la categoría de foto reportaje). Cuesta trabajo creerlo; hoy día Munita trabaja como freelancer para el New York Times.
La colección titulada “Kabul”, que estuvo en el Bellas Artes hasta hace una semana atrás, mostró una serie de 30 fotografías captadas por el periodista en distintos lados de Kabul, Afganistán. Escombros de una ciudad y sus ciudadanos “perdidos en el tiempo”, eran los motivos recurrentes en las imágenes.


Quizás la frase “perdidos en el tiempo” suena demasiado subjetiva, porque qué es el tiempo?, es mi tiempo el tiempo real? Los islámicos han hecho perdurar en la historia, su tradición milenaria por medio de los principios presentes en el Corán, que es la palabra de su dios Alá y que es inmutable: ellos viven igual que hace cientos de años atrás.

La muestra incluyó además una muralla repleta de rostros de afganos en tamaño postal, que según la reseña que se leía en un rincón de la pared, coincidían en ser caras de anónimos que quisieron, por su voluntad, dejarse fotografiar por Munita. Cientos de ojos de fuego, muchos de ellos manchados por la arena del desierto, me observaban a la salida. Las miradas no sólo generaban sorpresa (la mayoría de los niños tenía el rostro quemado) sino que además querían decir algo. Quise interpretar ese algo, como el quiebre en la rutina de sus vidas, que significó para ellos recibir el flash de una cámara sostenida por el foreigner. Así, la gran brecha entre las culturas en encuentro, la sentí cada vez más ancha. Los afganos como fieles representantes de una cultura religiosa y un estilo de vida, frente a un fotógrafo ávido de mostrarle al mundo la forma de vida de esta comunidad. Un periodista que se escondió muchas veces (así lo decía su reseña del viaje en el museo) para captar movimientos espontáneos de los habitantes del desierto.


La diferencia entre ambas partes no es difícil imaginarla (rostros islámicos versus fotógrafo de rasgos y ojos occidentales), pero en el entrever el trabajo fotográfico no siempre existe la reflexión.
Fue así como empecé a buscar entre las fotografías la forma de poder encontrar algo familiar entre ambas culturas y en ese momento, apareció esta foto: el pequeño afgano vendiendo relojes.
El tiempo como moderador universal en la vida de las personas. Hombres y mujeres de rostros torcidos, narices ariscas y pieles tostadas, casi todos vistiendo turbantes de colores (que todavía no existen en este lado del mundo) y Munita, que me lo imagino perfectamente, todos esclavos del paso constante del tiempo.
El tiempo como una nave con un timoneo continuo y tranquilo. El tiempo como una bestia arrasadora de la vida de las personas. El tiempo como un arma omnipresente. El tiempo enjaulado en un reloj. Y bueno, ya está dicho y no queda otra que aceptarlo: los relojes nunca duermen.

martes, 19 de diciembre de 2006

A propósito de polos opuestos: Heráclito versus Parménides

Para Heráclito nada permanece en el mundo. Qué quiere decir entonces: todas las cosas en el mundo están en un constante ir y venir: en un devenir. No hay forma de estancarlas en nada.

Este cosmos, uno mismo para todos los seres, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre ha sido, es y será fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas”

Heráclito recalca que todo lo que pueda sostenerse sobre un algo es falso, ya que como ser-en-el-mundo estamos en un constante proceso de cambios.

“No hay manera de bañarse dos veces en el mismo río; que las cosas se disipan y de nuevo se reúnen, van hacia ser y se alejan de ser”

Heráclito dice que la realidad es algo múltiple y cambiante. El mundo, de esta forma, es uno solo, pero en movimiento.

“Una y la misma cosa son: viviente y muerto, despierto y dormido, joven y viejo; sólo que al invertirse unas cosas, resultan otras, y a su vez al invertirse esas otras, resultan otras”

Parménides, desde la otra orilla, dice que “lo que es no puede dejar de ser, ya que dejar de ser, es convertirse en no-ser”. El ser entonces es sólo uno, pero éste es inmóvil.

En el poema de Parménides, Proemio, existen dos formas de actuar en la vida, sin embargo sólo una para alcanzar la verdad (felicidad máxima). La primera forma es la del camino de la luz en donde todo lo que es, siempre es, o sea, nunca cambia. Parménides habla de la inmovilidad del hombre en la vida como forma de alcanzar la verdad. Si el hombre decide la otra forma y no toma este camino, es decir, se aleja de él, se encontrará con un mundo confuso que se desvía de la verdad. Ahora lo interesante es detenerse y pensar, ¿por qué extremo dejarme llevar? Para Parménides, el camino que debemos seguir está siendo guiado por la razón, por mi verdad; el confuso entonces es el de los sentidos.

Proemio de Parménides
IX
Preciso es, pues, ahora
Que conozcas todas las cosas:
De la verdad,
Tan bellamente circular, la inconmovible entraña
Tanto como opiniones de mortales
En quien fe verdadera no descansa.
Has de aprender, con todo, aún estás,
Porque el que todo debe investigar
Y de toda manera preciso
Es que conozca la aún la propia apariencia en pareceres

XI
El ente debe ser y, no debe no ser.
Esta senda es de confianza,
Pues la verdad sigue.


Ahora la pregunta es: ¿cómo comprender el mundo sin cambios y con la razón como suprema ante los sentidos?, pero si no es así, ¿cómo sembrar raíces al suelo de una verdad si el viento puede escabullirse en la tierra?

lunes, 18 de diciembre de 2006

Perla, mediometraje de Ricardo Portugueis


A propósito de las sensaciones deja vu, el mediometraje Perla de Ricardo Portugueis me generó una serie de sentimientos encontrados.
Portugueis es un fotógrafo chileno y su filme lo realizó en el contexto del festival de fotografía FotoAmérica 2006.
Lo primero. Debo reconocer que la primera vez que lo vi, partí desde el medio. Sí, desde la mitad. Luego, en la segunda, lo empecé desde el principio y lo terminé en la mitad, en la misma escena en donde había partido por primera vez. Suena poco coherente, pero dio exactamente igual a la hora de entender la trama de la película.
Perla es el clásico montaje que funde el mundo onírico y el de la realidad sin hacerse patente en qué momentos la protagonista vive cuál. La puesta en escena es tan completa (mezcla de fotografía fija y en movimiento, danza, música e interrupciones en el filme de cuadros y esculturas) que el guión, sin diálogos, que podría considerarse como lo más misterioso, termina ni siquiera importando.
Perla, la protagonista del filme, es una prostituta y es a través de la fantasía presente en sus sueños, en donde se desprende de su presente para andar en una bicicleta por distintos parajes de su vida. Paralelamente, viaja a la playa en el cuerpo de una niña que ríe agudo y fuerte. La playa templada, el frote tranquilo de las olas en la arena y la niña, que arrastraba por la arena una muñeca de trapo, como símbolos de pureza, inocencia y tremenda ingenuidad frente a los problemas que vienen más adelante en la vida, fueron el deja vu que sentí. Y me empecé a preguntar cuándo, en qué momento dejamos la ingenuidad de la infancia para transformarnos en individuos (individualistas) que, como la protagonista, nos entregamos a un destino (Perla se entrega a las cartas del tarot), conscientes de que el mundo es malo y de que no hay que confiar en lo desconocido ni en desconocidos (la protagonista es maltratada en todos lados). Y es más, incluso la salvación no está en nosotros mismos sino en entes superiores que nos vigilan cada cierto rato (mientras Perla sueña, dos ángeles la acompañan en la cama). ¿Será que el viaje en bicicleta es desde y hacía ningún lado y sin razón alguna cansamos nuestras piernas en el pedaleo?, o quizás sí, todo tiene sentido y el viaje, sin o con la bicicleta, debemos saberlo disfrutar durante él mismo, es decir, nunca cerrando los ojos frente al paisaje que vamos conociendo y agradecer por lo maravilloso que es el acto en sí.
No sé. Queda la reflexión y los ojos un poco más abiertos para agradecer por las buenas vueltas de la vida en este momento. Sólo que quizás es inevitable la añoranza a otros tiempos. Porque pienso a veces, cuánto, cuánto quisiera en algunos momentos volver a ser niña y tener las rodillas rojas de tanto jugar en la tierra.

domingo, 10 de diciembre de 2006

Don’t let me down


Por fin habían quedado solos. Los alejaban del resto del grupo, unas gigantescas rocas en forma de arco que, además de hacer que el sonido de las olas fuera violento y estrepitoso, confundían el rumor de su conversación con el viaje del agua por quebraduras.
Los rostros, salpicados de pequeñas piedrecillas de arena, estaban uno frente al otro. Los ojos de él miraban su boca; los de ella, estaban perdidos en la arena.


-Te toca a ti hablar.


Su voz se convirtió en un agudo tarareo:
-Nobody ever loved me like she does.

Bruscamente, él tomó con ambas manos el mentón de la chica, quemándose por primera vez con sus ojos de cobre.

-¡Dime algo! ¡No sé! ¡Que estás de acuerdo...o en contra!, ¡pero dilo!
-Oh she does, yes she does -ella continuó.
-O sea, sí. Piensas igual que yo.
-And if somebody loved me like she do me.
-¡Basta!, ¡Basta!, ¡no te puedo seguir esperando! ¡Me cansé de tus ironías!


Al sacarle las manos de la barbilla, la cabeza de la chica tambaleó hasta que volvió a mirar el suelo.

-Oh she do me, yes she does -musitó lentamente con los ojos semiabiertos.

Esta vez con arena pegada a sus manos, el chico volvió a apretarle el rostro entre sus gruesas manos:
-¡Escúchame! ¡No puedo seguir tragándome tu silencio! ¿Acaso no entiendes? ¡No sé cómo saber qué es lo que te pasa! ¡No sé! ¡no sé! ¡no sé!


Desde el otro lado, en sus ojos empezaron a estallar lágrimas. Confundido en un lamento, pronunció las últimas palabras antes de caerse en el suelo:
-Don´t let me down, hey don’t let me down.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Se venden máscaras para vivir

Se hace difícil caracterizar aquella esencia de la que están formadas las personas (esencia, que palabra menos decidora).
Pienso que en esencia, nos reducimos a un puñado de matices en degradación que, dependiendo de la cita fijada, se mostrará de un sólo color; y es por lo inefable de nuestra existencia que me aprovecharé de colores para pintar mi idea.
Desde mis más “adentros emocionales” puedo decir que sí: soy una más de las que carga una colección de máscaras sobre el rostro. Algo así como mostrarse frente a algunos ojos de una forma; reflejarse en distintos de otra. En psicología, son las llamadas “máscaras”, armaduras inquebrantables que cada uno sabe cuando ponerse.
Somos diferentes para cada una de las personas que nos rodea. Cada relación que establecemos con otro nos va a mostrar al mundo de una forma; es imposible actuar uniformemente con todo aquel que nos topemos, con cada uno sabremos qué parte de nuestra esencia mostrar (esto sin que se pierda la autenticidad de cada ser humano).
Freud dice que estas máscaras son los mecanismos de defensa que utilizamos para mantener nuestros impulsos inconscientes. Un bien necesario. Jung dice en cambio, que son aquellas caretas con que las personas se enfrentan al mundo durante su proceso de individuación (pasar desde el inconciente personal al colectivo).
Y porque durante el día representamos diferentes papeles en el teatro de nuestra vida, buscando en la mayoría de los casos la aceptación social.
Entonces queda por pensar que la única restricción de las máscaras para lograr ser buenos personajes de nuestra historia, será la de llevarlas puestas en conciencia, es decir, tener en cuenta que cada cierto rato hay que cambiarlas.