Francisco Papas Fritas es de esos trasgresores impredecibles, defensor a morir de una filosofía anti-academicista. ¿Y qué hace presentando en el Bellas Artes?, ¿cómo lo dejaron entrar para burlarse directamente de la Institución? Pues bien, el efecto sorpresa era parte del montaje, del proyecto que en la actual Bienal está representando a todos los jóvenes de la región Metropolitana, exponentes de las nuevas tendencias artísticas y que, según la historiadora de arte y curadora de la muestra, Natalia Arcos, representa, sin prejuicios, el verdadero malestar de nuestra sociedad.
La paradoja comenzaría a cobrar sentido cuando este rupturista se sirve de lo que critica. Porque su reclamo es directo a la institución, a la academia, al manejo gubernamental. Al “pituteo”, al lucro en las artes. ¿Y qué está haciendo? Participa de la muestra nacional más importante de arte contemporáneo que se realiza anualmente en nuestra ciudad. Su gran mofa al sistema toma forma en todo un ala del museo. Del museo que funciona como una entidad manejada por la DIBAM, que al mismo tiempo depende del Ministerio de Educación, es decir, al Gobierno. A la que sólo puedo ingresar -excepto lo domingos- pagando una suma de dinero. Papas Fritas intenta “aislarse” de todo lo que significa participar de la Bienal. Pone arena, un quitasol y monta su escenario: la polémica Isla de Papas Fritas. Y graba. Registra en su camarita los devaneos de una sociedad enferma. Recolecta material para después demostrar que con el acto, con el ‘absurdo’ de su obra, puede -y lo está haciendo- matar a más de un pájaro con un tiro.