lunes, 28 de mayo de 2007

Por la lengua muere el pez

«¿Cómo justificar la presencia de Batista en el poder, al que llegó contra la voluntad del pueblo y violando por la traición y por la fuerza las leyes de la Revolución? ¿Cómo llamar revolucionario un gobierno donde se han conjugado los hombres, las ideas y los métodos más retrógrados de la vida pública? ¿Cómo considerar jurídicamente válida la alta traición de un tribunal cuya misión era defender nuestra Constitución? ¿Con qué derecho enviar a la cárcel a ciudadanos que vinieron a dar por el decoro de su patria su sangre y su vida? ¡Eso es monstruoso ante los ojos de la nación y los principios de la verdadera justicia! Pero hay una razón que nos asiste más poderosa que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano implica un deber, no cumplirlo es un crimen y es traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos. Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires».
Fragmento de «La historia me absolverá», Discurso de Fidel Castro realizado en agosto de 1953, a seis años de establecerse la Revolución Cubana en el país.

viernes, 18 de mayo de 2007

El espectador dentro del cuadro

Así como existen los famosos narradores para la narrativa y los hablantes líricos para la poesía, me atrevería a decir que en la pintura el espectador del cuadro también tiene su papel más o menos asignado dentro de un lienzo. En una exposición de arte, en una galería de pinturas online o hasta en un simple catálogo de lienzos, uno está dispuesto a fijar la vista y pensar, sólo pensar, frente a una pintura. Qué sentimientos pretende plasmar el artista en su obra, qué me quiere decir a mí, el receptor de su mensaje. Porque a diferencia de otros medios de expresión, si el artista no publica su pintura, si no la muestra, pienso, no logra acabar con su proceso creativo. Porque entonces me pregunto, ¿Qué gana el pintor de telas que quiere expresar sus sentimientos, sus angustias, sus pensamientos, a través de la elaboración de una imagen si no puede compartirla con más personas?

Cada receptor que se enfrenta a una escena retratada en un cuadro, pienso, se hace partícipe de ella en el lugar que el artista ha elegido para él. Desde el ángulo que el pintor ha dispuesto, ha reservado para él. Hay veces en que la posición asignada al espectador es tremendamente explícita. Algunos pintores hasta nos han dibujado el rostro, nos han puesto edad, nos han trazado una expresión en la cara. Es explícito, por ejemplo, en el lienzo «Bar del Folies-Bergere» de Manet. Nosotros somos el hombre barbudo y de sombrero que se acerca a pedirle algo a la mesera. Nosotros nos vemos en el reflejo del espejo que está por detrás del mostrador.

Hay cuadros menos explícitos. Nadie puede asegurarnos, que sí, que nosotros también estamos retratados dentro de él. Es el caso de «Las meninas» de Velásquez. Si uno no descubre a Velásquez, ahí mismo dentro del cuadro, es muy difícil imaginarse que el artista está pintando una escena sacada del reflejo de un espejo. Piensen cómo uno podría pintar lo que está pasando a nuestras espaldas. Fácil: con un enorme espejo apostado frente a nosotros. Eso es lo que hace Velásquez. Analizando el cuadro, teniendo en cuenta lo último, podemos encontrarnos, descubrirnos en el lienzo. Sí, nosotros aparecemos dentro del lienzo. Nosotros somos las dos personas que se muestran en un espejo al fondo del salón. Que observan la escena que a la vez está siendo reflejada y que a la misma vez está siendo retratada.

Siempre me ha causado cierta intriga «Muchacha en la ventana» de Dalí. La mujer que observa con ensimismada calma lo que está sucediendo desde la ventana hacia fuera, ofrece visualmente al espectador del cuadro su espalda. Dalí sin embargo logra mucho más que eso. Personalmente siento que sin ofrecernos directamente el paisaje, el temple del mar, del cielo, sí nos hace partícipes de las sensaciones de la mujer en ese momento. Yo por lo menos me logro situar en el lugar, puedo sentir los olores, el olor del viento, puedo escuchar el probable ruido del agua en el mar.

Es la sensación de compenetrarse a tal punto con la mujer que está dándonos la espalda, que terminamos siendo nosotros y no ella la que mira desde la ventana hacia afuera. Yo por lo menos me olvido de su cuerpo apoyado en la ventana. Soy yo y no ella la que se apoya sobre un borde. Y puedo ver el mar. Desde la misma ventana.

sábado, 5 de mayo de 2007

Todas podemos ser «majas»

Hoy día, según la jerga madrileña, llamar a una mujer por «maja» es llamarla guapa. Piropearla. Sin embargo, no siempre ha sido así. Hace doscientos años atrás, toda mujer que no perteneciera a la nobleza española era la llamada «maja». Pongamos de ejemplo a una gitana. Una gitana calzaba a la perfección con el prototipo de la «maja española». Es clave agregar que en esta época, cuando a las gitanas las persigue la Inquisición, sus prédicas son consideradas lo más inmoral de lo inmoral. Ellas personifican a la farsante profeta de una falsa religión y por lo tanto deben ser reprendidas. Y más en una sociedad tan defensora de los principios católicos como lo era la española en ese momento.


A principios de siglo diecinueve, Francisco de Goya pintó al más famoso par de mujeres que existe actualmente en la pintura a nivel universal: «La maja desnuda y la maja vestida». Ambas cobran especial misticismo sabiendo que, recién pintadas, no recibieron el nombre de «Majas» sino que de «Gitanas», y que después de cien años de haber estado escondidas, censuradas en uno de los salones del antiguo palacio de un duque español, alguien les hubiese cambiado el nombre así como así no más.
¿Censuradas por qué, si pareciera ser que estamos en una época en donde el desnudo femenino en el arte está de moda?
Censuradas porque en el siglo diecinueve pintar a una mujer desnuda, que no hacía más que posar su desnudo y, como si fuera poco, mostrándose un tanto sensual (un tanto porque la desnuda tiene los pómulos manchados, expresando cierta vergüenza en el acto) era absolutamente inmoral.

La Iglesia Católica española —la más ortodoxa de todas—, en ese momento era omnipresente y no aceptaría una desfachatez como esa, menos venida de un artista que en esos años cobraba gran fama por ser pionero en promover el romanticismo —antes del neoclasicismo— en la pintura. Se dice que Goya para pintar a las majas se inspiró en «La Venus del espejo» de Velásquez, el pintor español barroco por excelencia.

Ahora, pensemos en el canon renacentista establecido en las artes en el que se exageran rasgos grecorromanos (aún muy latente a principios de siglo diecinueve con un fuerte Neoclasicismo presente en las artes): en él, el desnudo de mujeres es absolutamente legítimo. Existe una teoría de inmensa proporcionalidad en los cuerpos femeninos, que en artistas vanguardistas como Rembrandt —también exponente del barroco— será despedazada: el cuerpo de una mujer al estilo «El hombre de Vitruvio» de Da Vinci, está obsoleto. Rembrandt se ríe de la famosa «razón áurea» tan manoseada por los griegos. No hay que olvidar que el artista holandés pintó sobretodo a mujeres de grandes bustos con blancas y generosas barrigas. Aquí hay que tener ojo. ¿Por qué Rembrandt no causó la explosión de críticas que sí causó Goya dos siglos después? Porque no hay ningún desnudo provocativo en Rembrandt, porque no casualmente la mayoría de las escenas retratadas en las que aparece un cuerpo femenino desnudo, han sido extraídas de pasajes bíblicos. Es el caso de «Betsabé en el baño», el lienzo que fue pintado en 1654 y en el que se muestra la supuesta historia de amor entre Betsabé y David. Entonces nosotros vemos, por medio de los ojos de David, a Betsabé despojada de sus ropas, en un acto absolutamente casual. Ella no ve que, mientras le lavan los pies, alguien observa su torso desnudo. Ni siquiera nos topamos con su mirada de frente.


Volviendo a «Las majas», algunos estudiosos explican esta doble existencia a través de una curiosa teoría: se dijo en su momento que Goya, al presentar sus cuadros públicamente, habría sobrepuesto la tela de la maja vestida sobre la desnuda. Quería hacerles una broma a sus auditores en medio de la exposición. Ambas habrían compartido un mismo marco, la vestida por encima, está claro. Bueno, en el segundo menos esperado, Goya le habría dicho a su público: ¡Sorpresa! Y habría presentado a la desnuda después de extraer rápidamente la tela de la maja con ropa que estaba encima.

Pero aquí no termina lo curioso. Hoy día «Las majas» se exponen en uno de los salones destinados a “Vida y obra de Francisco de Goya” en el Museo del Prado, en Madrid y a la simple vista del visitante salta un detalle no poco significativo: el rostro de la maja vestida está hecho mucho más a la rápida que el de la desnuda (porque se entiende que deberían ser iguales, ambos retratos corresponden a la misma mujer) ¿La razón? Se dice que Goya tuvo una relación sentimental secreta con la amante del Duque que le encargaba cuadros a pedido. Al saber este duque de la existencia de un retrato desnudo de su amante, pintado ni nada más ni nada menos que por su junior, se habría espantado; Goya, mientras tanto, para pasar inadvertido, habría pintado a la maja vestida rápidamente, demostrándole al duque que por ningún motivo él hubiese osado pintar a su secreta amante desnuda. He ahí la razón del rostro de la maja vestida hecho de pinceladas duras, rápidas, hechas a prisa en comparación a las de su gemela desnuda.

Y hay más intrigas en el par de cuadros. Se dice que ambos rostros están pintados encima de otros: o sea, hay dos majas prófugas en la primera capa. También se ha dicho que los rostros que vemos, están hechos a partir de muchos rostros y que, sin embargo, ambos cuerpos sólo pertenecen a una: a la mismísima esposa del duque en cuestión.

Bueno, sin duda alguna, las majas marcaron época. Y dejaron su legado. Que les costara el precio de una tremenda persecución por parte de la Inquisición no fue menor: Manet, uno de los fundadores del impresionismo, pintó a su famosa «Olimpia» (una desinhibida prostituta que está siendo lavada por una mujer de raza negra) inspirado en la maja desnuda de Goya, esto sesenta años después de pintadas las majas.


Y como si fuera poco: aún no para la resonancia de esta obra en las artes visuales. Ni siquiera hoy día, dos siglos más tarde desde su producción. La pintora chilena Elda Villena en su retrospectiva "Imágenes de Fantasía y Realidad", que está presentando en el Instituto Cultural de Providencia, sorprende a la entrada de su exposición con dos tremendos lienzos pintados en acrílico y pastel sobre tela: La «maja 1» y «la maja 2» son igualitas a las de Goya. La gran diferencia es que la pintora chilena quiso traer a la tierra, al día a día, el misticismo del par de obras: sus “majas a la chilena” sonríen, sin un toque de pudor, al receptor de la obra. Pero, siempre hay un pero, estas majas no se extienden sobre un sofá de telas aterciopeladas. Las majas de Villena viven y sobreviven sobre los resquicios de la ciudad.

Goya podría sentirse alabado. Quizás. Sus majas, absolutamente precoces en su momento, hoy día ya no son las promotoras de un sentimiento obsceno, morboso, fuera de lo éticamente aceptado en las artes canónicas de su tiempo. Al menos en los lienzos de la Villena, no. Ni siquiera hacen referencia a una mujer de fácil vivir, ni a una gitana, ni a una subversiva, ni a una revolucionaria. Según la pintora chilena, todas podemos ser «majas». Todas somos «majas». Día a día, no sin ponernos los zapatos de taco alto, caminamos por el centro, vamos a reuniones y hacemos colas para los trámites. Todas podemos ser «majas». Todas lo somos, ¿o no?