Cada receptor que se enfrenta a una escena retratada en un cuadro, pienso, se hace partícipe de ella en el lugar que el artista ha elegido para él. Desde el ángulo que el pintor ha dispuesto, ha reservado para él. Hay veces en que la posición asignada al espectador es tremendamente explícita. Algunos pintores hasta nos han dibujado el rostro, nos han puesto edad, nos han trazado una expresión en la cara. Es explícito, por ejemplo, en el lienzo «Bar del Folies-Bergere» de Manet. Nosotros somos el hombre barbudo y de sombrero que se acerca a pedirle algo a la mesera. Nosotros nos vemos en el reflejo del espejo que está por detrás del mostrador.
Hay cuadros menos explícitos. Nadie puede asegurarnos, que sí, que nosotros también estamos retratados dentro de él. Es el caso de «Las meninas» de Velásquez. Si uno no descubre a Velásquez, ahí mismo dentro del cuadro, es muy difícil imaginarse que el artista está pintando una escena sacada del reflejo de un espejo. Piensen cómo uno podría pintar lo que está pasando a nuestras espaldas. Fácil: con un enorme espejo apostado frente a nosotros. Eso es lo que hace Velásquez. Analizando el cuadro, teniendo en cuenta lo último, podemos encontrarnos, descubrirnos en el lienzo. Sí, nosotros aparecemos dentro del lienzo. Nosotros somos las dos personas que se muestran en un espejo al fondo del salón. Que observan la escena que a la vez está siendo reflejada y que a la misma vez está siendo retratada.
Siempre me ha causado cierta intriga «Muchacha en la ventana» de Dalí. La mujer que observa con ensimismada calma lo que está sucediendo desde la ventana hacia fuera, ofrece visualmente al espectador del cuadro su espalda. Dalí sin embargo logra mucho más que eso. Personalmente siento que sin ofrecernos directamente el paisaje, el temple del mar, del cielo, sí nos hace partícipes de las sensaciones de la mujer en ese momento. Yo por lo menos me logro situar en el lugar, puedo sentir los olores, el olor del viento, puedo escuchar el probable ruido del agua en el mar.
Es la sensación de compenetrarse a tal punto con la mujer que está dándonos la espalda, que terminamos siendo nosotros y no ella la que mira desde la ventana hacia afuera. Yo por lo menos me olvido de su cuerpo apoyado en la ventana. Soy yo y no ella la que se apoya sobre un borde. Y puedo ver el mar. Desde la misma ventana.
2 comentarios:
Otro buenísimo post. Tema recurrente, por si no lo habían advertido los admiradores: la pintura.
¿Cómo será en la literatura? Puede que Rayuela tenga algo que ver, donde el lector no es guiado sino que guía su lectura.
O los libros que leía cuando era chico: elige tu aventura. "Si aprietas el acelerador a la velocidad de la luz, salta a la página 46. Si prefieres dispararle al meteorito, salta a la página 25".
No sé si rayuela sea el mejor ejemplo. Porque igual Cortázar guía al lector de alguna forma. Te ofrece dos formas de leer, te da más libertad, está claro. Lineal o siguiendo la lectura según los capítulos q el te sugiere, como en el juego de la rayuela, pero a la larga igual te terminando guiando...de caso contrario el libro no tiene ninguna gracia. el lector dentro del libro está más relacionado con el narrador, creo. Yo veo lo que el narrador me quiere mostrar...pero aún así, creo q es complícadísimo el tema. Un lector dentro del libro... Parece que nunca he leído algo así
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