viernes, 23 de marzo de 2007

"Mi última vez"

Estoy segurísima que cada una de las personas guarda preciadamente en la memoria los detalles de un sin fin de “primeras veces”. Y me atrevería a afirmar que hay una edad en la que más se dan; me imagino que debe ser entre los trece y veinte años más o menos, edad en la cual dejamos las alitas de papel en el suelo para empezar a cargar con mil obligaciones sobre los hombros. En este periodo vamos adquiriendo muchos hábitos que, está claro, perdurarán por un tiempo, también nos despedimos de algunos. Lo interesante es que en todas estas “primeras veces” está la completa certeza de que tales momentos tendrán, de seguro, su puesto guardado en el subconsciente. Claro, porque serán inolvidables, ningún soplo del tiempo los hará volar. Es primera vez que lo experimentamos, ¿o no? Aparte uno sabe que es la primera vez, porque no lo ha vivido nunca y por lo mismo cobra más importancia. Recuerdo con especial nostalgia la primera vez que pude andar en bicicleta sin las rueditas de los lados, la primera vez que pude leer decorrido las instrucciones para hacer una jalea, la primera vez que fui a una fiesta y me fueron a buscar a las once de la noche, la primera vez que hice pan y se me olvidó echarle levadura, la primera vez que anduve en micro sola, la primera vez que aspiré el humo de un cigarro, que viajé en avión sola, que hice una entrevista, que me compré un cd, que manejé un auto. Imagino que en el acto consciente hay un reflejo que nos pone los sentidos alerta y raya por encima esos momentos como “necesariamente memorables”. Bueno, aquí empieza la teoría. Ahora, cómo recordar las últimas veces de algo, hacer del acto obviamente impensado (uno no sabe, a menos que sea clarividente, qué nos depara el destino) que eso que acabo de hacer, lo hago por última vez en la vida y por lo mismo, transformémoslo en inolvidable. Claro, hay excepciones en que uno sabe al cien por ciento que son los últimos y es difícil aceptarlo, aceptar que sí, que sí existen los “nunca más en la vida”. Recuerdo la última vez que entré a los resbalines de tubos, con ese olor sólo identificable por los niños que estuvimos adentro, de los McDonalds. Sabía esa vez que era mi última vez porque, no sé qué edad habré tenido, pero ya no era cómodo resbalarse por los tubos. Hoy día sé que no puedo subirme a ellos, ya pasé los nueve años y dudo, a menos que un día en la noche ingrese a escondidas, que me dejen entrar por la rejilla de cordeles. También recuerdo mi último día de clases en el colegio, sabía que nunca más usaría el uniforme y también sabía que debía aprovechar esas últimas horas porque nunca más se iban a repetir.
En resumen, creo que es mucho más difícil acordarse de los “nunca más” que de las “primeras veces”. Despedirse de acciones y hábitos y tener la certeza de que nunca más los vas a hacer me da terror. Y pienso que le pasa a más gente también. Porque, en el fondo, te muestran un pedacito de lo que significa el paso del tiempo, la fugacidad de la vida, la grandiosidad de momentos que hay que olvidar, abandonarlos, porque “olvido hay que vivirlo”, quitar una acción para poner en su lugar a otra. Yo al menos les tengo pánico y el miedo no está relacionado con la predisposición a tener la vida estructurada y saber que esto y esto otro siempre van a estar. (Creo que por eso uno llora tanto cuando una persona cercana se muere, tienes el cien por ciento de seguridad que nunca, “nunca más” la vas a ver) No sé, pensar en la última vez que debo haberme tirado al suelo para guardar bajo mi falda un montón, no reducido, de dulces suicidas de una piñata y haber tenido la certeza de que era la última vez que lo iba a hacer, habría sido desesperante, probablemente habría dejado a todos mis amiguitos sin ningún dulcecito.
Y prefiero no saber ni tener la certeza de que “nunca más” los voy a vivir, esos momentos, de que como en el Farewell de Neruda, nunca más voy a tener un poquito de esa persona, porque así es y punto. El miedo es quizás sólo por el hecho de reconocer que, por ejemplo, ya estás grande y por más que intentes afanosamente, lo más probable es que no sientas un remolino en la guata mientras cruzas entre dos tubos en altura, por el puente de elásticos de colores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Eres tú la chica de la foto? Eres preciosísima. Y lo que escribes, muy profundo y bonito.
Enhorabuena por ser como eres, ROY