miércoles, 28 de marzo de 2007

Juicios morales con sede en el destino

Hoy día me dieron vuelto de más dos veces. Yo, como buena cristiana, fui consecuente con mis principios y devolví la plata. Las dos veces. Sin rodeos mentales, sin darle vuelta al asunto. Dos veces en menos de dos horas de diferencia, y harta era la diferencia que me estaban entregando. El tema es que una vez más el juego del destino se entromete en mi cabeza. Cómo puedo hacerme creer que el diez por ciento de decisión personal (yo soy mis decisiones) y el noventa por ciento de un futuro predeterminado, de ese inmóvil, pesado e inalterable destino, terminan por moldear mi camino si es que a veces se ven tan, pero ven tan difusas sus diferencias. Porque entonces podría decir que el destino me estaba regalando plata de más, que harta falta me hacía justo hoy día que se me había olvidado por completo la carguita de la BIP. Pero mi moral, mi ética personal, mi decisión final en el juicio oral que sólo yo escucho por dentro de mi cabeza, ni se pasó por mi mente contraer el puño y olvidarse de algo que no era mío, que no me correspondía formalmente. La pregunta es, ¿se podría cuestionar la moral de una persona, la moral cristiana que nos obliga al acto solidario, sincero, consecuente, a ese que inversamente nos prohíbe hacer al prójimo lo que no nos gustaría que nos hicieran, cuando el destino, una señal del destino empieza a pegarnos insistentes golpecitos por la espalda? Una vez casi pierdo un avión porque me faltaban diez centavos argentinos. Estaba empezando a entrar en la desesperación cuando de pronto, por debajo de mis pies, aparece tirada esta ficha color plata como avisándome que todo ese día estaba fríamente calculado. Que mi vuelta a Chile estaba ya confirmada en la historia de mi vida. Todo esto en un paradero, a tres minutos de que llegara la micro. Quizás esa plata tirada en el suelo le hubiera dado de comer a un indigente (junto a más monedas, está claro), de esos que se pelean los basureros para dormir en la ciudad de Buenos Aires y yo la tomé casi victoriosa, segura de que era para mi, de que el destino la había dejado caer a la tierra desde sus remotas alturas. Yo sí creo en el destino, pero también creo que muchas de sus señales no están predeterminadas.

2 comentarios:

Genín dijo...

Hola, solo quiero saludarte y animarte a que sigas escribiendo con tanta frescura y sinceridad.

Soy un abuelo, jubilado, el próximo Mayo cumplo 66 añitos, esto te lo digo para que estés tranquila, que no soy un ligón...jajaja No se si en Chile lo dicen uds. así.Sabes, el tipo que con cualquier pretexto quiere "conquistar" a una niña...

He llegado a tu blog por casualidad, estaba escribiendo en el mio y le di a "siguiente blog" y salió el tuyo.

Empecé a leerte, me gustó, y leí todo Marzo, cualquier día me meto en los otros meses...


Soy un , como ya te dije, abuelo español. Viví en Venezuela, Usa, Canadá y ahora estoy en el estado de "reposo del guerrero" en el campo, en un pueble cito del sur de Andalucia, aunque yo soy del norte, de Asturias.

Conocí tu País, llegué a Santiago, justo cuando empezaban a reparar las heridas del Palacio de la Moneda, solo hacia unos días que habían asesinado la democracia Chilena, la mas admirada de Sudamérica.

En Venezuela, tuve un compañero de trabajo chileno, estaba exiliado, era gerente de producción cuando yo era gerente de Marketing.

Admiro tu país y a los chilenos, mas a las chilenas...jajaja Disculpa las bromas...
Y, nada mas por ahora, un besito de abuelo...En general suelen ser castos, aunque también hay viejos verdes...jjaja Pero a estos se les ve el plumero enseguida. Salud, Genín

Sebastián Lehuedé dijo...

Excelente post.