sábado, 21 de abril de 2007

Escribir, escribir y escribir

Hay días en que invento demasiadas historias dentro de mi cabeza. Con una sola palabra, puedo desenredar todo un relato. O con una expresión. También, partir la ficción con el verbo —conjugado en algún tiempo— de una acción emprendida por alguien. O con una declaración fuerte de un personaje que de pie a la respuesta de otro y después que el primero conteste y así, infinitamente. De esta forma un diálogo empieza a fluir y a fluir en mi cabeza. Es la sensación de sentarse de piernas cruzadas frente a un escenario y ser la espectadora de una historia que voy entendiendo, que voy explorando a medida que va sucediendo, dentro de mi mente. Con suerte, cuando no estoy al frente de un teclado, puedo tener algún papel y un lápiz a mano y anoto palabras para luego recuperar el hilo de la historia. Las otras veces, no puedo registrar las imágenes que, en relampagueos, se me cruzan. Y como me pasa con los sueños, casi siempre termino por desecharlas de mis pensamientos. Porque como en otros actos inconscientes, en mi caso la inspiración en el escribir, me viene en momentos inesperados. Es como sentir que mis palabras quieren sufrir una caída libre desde mi boca sin que yo tenga injerencia alguna en lo que ellas quieren contar. Crear historias en la mente, mundos con palabras y por esto vivir momentos enteros en una especie de balanceo entre los mundos de ficción y no ficción en la mente. Que estos dos mundos, terminen peleándose el asiento para acomodarse ahí, por dentro de tu cabeza. Luego sentir una especie de expropiación de tus palabras —muchas veces me ha pasado que escribo palabras que no existen, segurísima no sé de a dónde, que sí le calzan perfecto al relato que estoy narrando—. Dejarse llevar por un extraño y bien modulado dictado que no sabemos dónde me llevará. Quizás por eso disfruto tanto algunas de las historias que imagino. Ni siquiera sé cuál va a ser su final cuando le doy vida a la primera palabra, que sale como disparada a presión, dejando volar a las que vienen apretadas atrás.
Pienso que todos creamos nuestros personajes ficticios a partir de pedazos de personajes de la vida real. Porque inciden mucho las personas con que uno se topa en el día a día para la elaboración de un personaje. Lograr verosimilitud en el relato, nutrirse del mundo real para darle vida al irreal. Como diría Albert Chillón, “literatura es un modo de conocimiento de naturaleza estética que busca expresar lingüísticamente la calidad de la experiencia”, o sea, reflejemos en lo que escribimos una realidad que mantenga estándares mínimos de credibilidad en el lector. Aquí por lo tanto, cada uno debe darle vida a nuestra ficción a partir de qué? De la calidad de nuestra experiencia. O sea: abramos los ojos y fijemos especial atención a esos detalles, a primera vista imperceptibles, que tiene cada una de las personas en el mundo real. Ellos sin duda le darán autenticidad a nuestro relato. El ojo es el que se afina y ya en una conversación diaria, no sólo uno se encuentra con la mirada de la otra persona: a la vista salta su lenguaje verbal y paraverbal. La velocidad del movimiento de manos, la forma de vestirse, el grosor de las cejas, el color de las uñas. Porque claro, no basta con escribir, por ejemplo, que en el lugar de ambientación había un árbol. Hay que decir que el árbol era del verde de las manzanas ácidas o que sus hojas se mecían como el cabello de una mujer en el viento.
André Breton, fundador del surrealismo, defiende a esa vocecita que, a veces, empieza a susurrarnos cuentos por la oreja. Transmite por sobre todo, el uso del automatismo psíquico, sujetando a éste el dictado absolutamente libre del pensamiento, libre de cualquier control de la razón, para escribir.
Pero esta inspiración no sólo pasa por existir, por transformarse en el secreto que alguien te susurra en un momento indeterminado. Porque también se vuelve dependiente de un vehículo para hacerse visible: las palabras y la forma de usarlas. Como si fuera poco, existe un uso de palabras —absolutamente personal pienso— con las que hay que proyectar a todos, la imagen que primero ha sido proyectada en mi pantalla mental. Ejemplo. Cómo poder mostrar al mundo la mirada decidora de un hombre que me observa desde el balcón de un segundo piso. Que apoya los codos en el borde del balcón, y sobre sus manos su mentón y que yo, aunque estando a distancia, puedo sentir el choque de su respiración con el del oxígeno en el aire. Que así, el hombre en su precaria postura, en mi cabeza, es capaz de generarme demasiada curiosidad, demasiadas ganas de saber de dónde viene, a dónde va, qué está pensando. Cómo poder describirlo, así tal cual se pasea por los balcones de mi cabeza, cómo poder darle vida autónoma en la cabeza del que va a leer mi narración. Porque no faltan los momentos en que no hay palabras para ocupar, para poder imprimir la imagen que yo tengo en consideración, antes que termine volándose por los cielos como en un globo aerostático. Rudyard Kipling habla del daimon en la creación literaria y dice que el encuentro con tal ente en la mente del escritor, es el que le permite escribir. Lograr una especie de trance mental y obedecerle como hipnotizado a su dictado, el del daimon. Tanto Kipling como Bretón, aconsejan dejarse llevar completamente por los desvaríos de la señorita inspiración. Algo así como seguirla a ojos vendados en un viaje sin vuelta atrás, dejarse seducir por su coqueto pestañeo y escribir. Sólo escribir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hacia mucho tiempo que no leía algo tan lucido.

Parece que capturaste tu procesó creativo por completo.

Diego Zúñiga dijo...

Siempre me ha parecido algo naif hablar de inspiración. Creo que está bien, que en tu contexto está bien pensar en eso y preguntarte esas cosas; supongo que todos lo hacemos cuando empezamos a estar más concientes de que escribimos, para luego dar paso a otras preguntas, casi de una forma infinita.
Al final, lo único que importa es escribir, pero no simplemente sentarse frente al computador y teclear o agarrar un lapiz y rayar una hoja: escribir tiene que ver con leer, caminar y ver televisión; escribir tiene que ver con estar atento a todo, a leer en cada persona que te habla una historia, porque a ratos eso es lo que somos: un cúmulo de historias caminantes esperando que alguien nos escriba o que en definitiva, nosotros mismos nos escribamos.
Aunque antes de escribir, Muri, hay que leer. Como enfermos. Porque al final todos queremos ser ser "escritores", todos queremos contar historias, las personas están ansiosas porque alguien las escuche, pero nadie quiere escuchar, nadie quiere leer.
Y para escribir, la palabra leer es más importante, creo, que muchas otras cosas. No la más importante, pero sí una de las tres más importantes.
Siempre he pensado así: para escribir bien hay que leer, vivir y escribir. Nunca he sabido cuál va primero, pero eso es.
Posdata: 1)perdón por la lata, pero nunca te había posteado así que dejo mis señales. 2)Ahora que hablas de la inspiración recuerdo a esas estúpidas personas que dicen que no leen porque pueden perder su originalidad.Estoy seguro que no eres de ellas. 3)También pensé en otra cosa que pensé ayer: Hay días donde creo que el silencio también es una forma de escribir. Ayer hojeaba varios libros de mi velador. Leía los comienzos de varios cuentos y decía: mierda, que están bien escritos. Y pensaba: ¿por qué escribir, si ya hay tanta gente que lo hace bien? Aún no encuentro respuesta, pero supongo que escribir nace de una necesidad indecible, una necesidad que si no existe, es mejor no escribir, no hablar.
El silencio como el camino que quizá debemos tomar todos. Algo así como Rulfo, Rimbaud, Anguita o el señor Bartleby.
Eso.
Saludos.

Pájaro Navegante dijo...

diego,
creo que "escribir" es una de las formas visibles que tiene la creatividad de cada persona para mostrarse al mundo, es como pintar, dibujar, etc. No podría juzgar una poesía de un niño de ocho años si entiendo que él escribe lo que le están dictando sus pensamientos. Escribir, como el ejercicio de la profesión del escritor, lo entiendo igual que tú, y estoy completamente de acuerdo en que antes hay que leer y aprender de la visión que tienen otros del mundo.
Para mi escribir y despues que te lean (pienso q tb le pasa a más gente), es la cordial invitación q uno hace a los otros, a mirar el mundo desde tus experiencias de vida o de lectura. Quién sabe.